𝑆𝑒 𝑠𝑒𝑝𝑎𝑟ó, 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑛𝑎𝑑𝑎. 𝑁𝑜 𝑠𝑒 𝑞𝑢é 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑟𝑙𝑒. 𝐻𝑜𝑦 𝑣𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑎 𝑐𝑎𝑠𝑎 𝑦 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑟𝑜 𝑣𝑎 𝑎 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑟𝑎𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑒𝑛𝑔𝑎, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑛𝑜 𝑠é…
Jessy reservó parte de su sesión para que yo pudiera 𝑒𝑥𝑝𝑙𝑖𝑐𝑎𝑟𝑙𝑒 cómo sostener a su amiga. Podía escuchar la presión por decir lo correcto para un llamado en crisis. Y aunque no por desamor, Jessy también se mostró desilusionada cuando confirmé que para estas cosas no hay instructivos ni protocolos de intervención.
¿Acaso será cultural o directamente producto de ser humanos que hay cierta tendencia a presentarnos con 𝑠𝑜𝑙𝑢𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠 ante personas amadas que nos buscan?
En el imaginario colectivo asociamos la empatía con 𝑒𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟, 𝑠𝑎𝑏𝑒𝑟 lo que el otro atraviesa y entonces urge aliviar su sufrir con palabras iluminadas. Y muchas veces ese 𝑠𝑎𝑏𝑒𝑟 no está porque no lo hemos vivido o si, pero de una manera tan diferente que es más respetuoso callar, que decir. Y en cambio acompañar, escuchar sin preguntar ni concluír.
Estar para lo que el otro necesita de 𝑚𝑖 en 𝑠𝑢 circunstancia.
Es el otro y su pincel quien nos dibujará el cómo mientras tramita su angustia, sus dudas, su dolor psicológico. No somos aceleradores de procesos sino tan sólo momentáneas figuras de referencia de quienes deciden mensajear, llamar, convocarnos o visitarnos. Estemos, sin más.
No flasheemos oráculo y a preparar el mate que el cheesecake ya está listo.
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