Viernes por la tarde, al volver de la caminata los sobres azules del NHS en mi escritorio me invitan a confirmar lo que ya se, así que los abro. En una semana nos damos ‘la de Oxford’.
Cada uno reacciona de diferentes maneras. Víctima de cierta sobreadaptación, en mi caso ni me lo cuestiono: reservo el día, hago unos llamados suspendiendo actividades, se lo cuento a mi gente linda y retomo mi descanso.
Mi marinovio en cambio, más fiel a su espíritu combativo dialoga internamente -o no tan internamente- acerca de si debe ir o suspenderlo, de los efectos secundarios, lo pregunta en los grupos de sus redes sociales, debate. Yo lo miro aburrida, pensado 𝑞𝑢é 𝑔𝑎𝑠𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑒𝑛𝑒𝑟𝑔í𝑎. Vamos y chau. O no vayas. Pero, ¿Realmente creemos que razones ajenas van a convencernos de una (des)motivación que al fin de cuentas es propia?
Fastidiosa me dirijo a la cocina, y a lo lejos escucho su amigo bioquímico en un audio: ‘…nadie pregunta si esta bien o mal darse la Sabin, y ha salvado millones vidas. Está científicamente probado y hay que dársela’. En estampida, viajo a mis 6 años, en el hospital Vicente López sacudiéndome sin éxito de la fuerza de dos enfermeras que me sostenían para que una tercera pudiese aplicarme la última dosis de la BCG.
Yo, una niña de primer grado, me oponía a la protección contra la tuberculosis, y en mi top 10, la ciencia quedaba bastante más abajo que el primer puesto ocupado por mi casa de Barbie con ascensor de piolín. Apenas sabía leer, pero a mi no me importaba instruirme sobre los beneficios de los anticuerpos, yo sólo quería evadir la aguja.
Y es que frente a un evento inusual, nuestra naturaleza humana nos impulsa a buscar excusas para evitar el displacer o una crisis de estrés agudo, no importa la edad que tengamos. El ¡𝑁𝑜! a hacer algo viene de la mano del miedo porque miramos de reojo aquello que desconocemos, pero aún así nos adentramos en aventuras surrealistas confiados de caras conocidas, aunque sean situaciones mil veces más riesgosas.
Una vacuna que aparece para refrenar el curso de esta pandemia nos responsabiliza de informarnos pero sin duda la decisión final no es más que nuestra valentía de apostar a sentirnos mejor. Y 𝑠𝑜𝑟𝑟𝑦, pero no encontramos garantías en ninguna web ni en ninguna voz familiar.
Al salir del hospital con la gasita en el brazo, mi madre no me habló en todo el día furiosa del escándalo que había montado en la guardia. Será por eso que el viernes que viene voy a ir calladita y miraré para otro lado cuando se venga el pinchazo.
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