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Se fue

Todos perdimos algo o 𝑎𝑙𝑔𝑜𝑠 en estos meses: la propuesta laboral que quedó trunca; el proyecto para el que se había venido ahorrando pero hubo que comerse los pesos; la carrera terminada vía online que deja más dudas que respuestas; el vínculo que se empezaba a formar pero no daba romper la cuarentena por eso y ahora ni idea; la convivencia idílica que se aceleró para no pasarla solos pero ahora el arrepentimiento zumba sin cesar; volver a casa aún cuando se había decidido que era mejor dividir caminos pero como la amenza del contagio acobarda, se retorna a los brazos del partenaire y los chicos sin medir las consecuencias que resultaron ser más intensas…


En esos pequeños duelos grises el encierro nos refleja en nuestras características más detestables y nos torna exagerados, fastidiosos, intolerantes, apáticos, extremadamente sensibles, lobos esteparios o almas de fiestas que imaginamos en el oasis de una multitud que solemos esquivar pero que hoy pareciera que necesitamos.


Freud ya nos enseñó que el duelo es la reacción frente a una pérdida. Y la pérdida -con o sin pandemia- es siempre inevitable, pero nosotros también nos perdimos para otros en este tiempo, y eso balancea las cosas. Hoy propongo que nos lloremos un poco por la pérdida de los 𝑛𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠 de hace algunos meses, porque hacerlo implica aceptar el cambio absoluto que nuestras vidas atraviesan.




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