Una nota de ayer en el periódico 𝐸𝑙 𝑃𝑎í𝑠 alerta que los casos de depresión mayor han aumentado en el mundo un 28% y los trastornos de ansiedad, un 26%.
La pandemia disparó nuestros números, funcionó como un amplificador de puntos débiles preexistentes en cada uno de nosotros: el miedo fue más miedo, la soledad más soledad, la tristeza más tristeza y la incertidumbre más borrosa que nunca. El combo se agrandó por el mismo precio.
Lo tristemente célebre de la situación es que no importa el país del cual venga ese pedido de ayuda, el inconsciente y la necesidad no entienden de banderas. Día a día me encuentro con discursos y angustias similares, depositando en un psi la ilusión de timonear juntos hacia un poco más de paz mental. Lamento que los profesionales de la salud tengamos más trabajo que antes del Covid-19 porque pienso que en esta demanda no estamos pudiendo hacer prevención ni psicoeducación propiamente, sino que se nos encarga el 𝑟𝑒𝑠𝑐𝑎𝑡𝑒.
Y admitámoslo, muchas veces el dolor es más profundo aún.Históricamente en Argentina, mis derivaciones a interconsulta con psiquiatría aumentaban hacia fin de año, pero en 2021 ha sido constante.
A quienes sus psi les hayan mencionado considerar ver a un psiquiatra y a riesgo de sonar muy crística, no teman. Términos como 𝑒𝑚𝑝𝑎𝑠𝑡𝑖𝑙𝑙𝑎𝑑𝑜 o las ironías de 𝑎𝑛𝑑á 𝑎𝑙 𝑝𝑠𝑖𝑞𝑢𝑖𝑎𝑡𝑟𝑎, 𝘩𝑜𝑦 𝑛𝑜 𝑡𝑒 𝑡𝑜𝑚𝑎𝑠𝑡𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎𝑐𝑖ó𝑛 y otras, refuerzan el estigma de que 'terminar' en el psiquiatra implica estar en las últimas. Y no es así.
En los casos en que sugerimos la combinación de ambos tratamientos es porque lo evaluamos y sabemos que va a ser la mejor opción para recuperar la calidad de vida disminuida en un momento particular de nuestras vidas.
Buenas noticias: La calidad de vida es un recurso renovable.
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