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Que 20 años no es nada

Habíamos caminado mucho ya, pero Juli insistía con ir al cementerio de Montparnasse, a mitad de trayecto entre la Torre Eiffel y lo que nos quedaba de batería en esta cuarta década que atravesamos.


La voluntad escaseaba, y el Arco del Triunfo ya nos había derrotado hacía más de siete horas a pie. Al llegar, buscamos la tumba de acuerdo a las coordenadas de batalla naval en la entrada 𝑝𝑙𝑢𝑠 la descripción de la piedra que mi compañerito sabía de pe a pa.


Entre tantas lápidas que danzaban frente a mi presbicia Juli exclamó un ¡Ahí está! y yo creí que se burlaba de mi fastidio, pero lo perdí entre unos zig-zags que me hicieron suponer que era verdad.


Nos detuvimos frente a ella, blanca, distintiva. Debajo de un canto rodado había una hoja rayada doblada con poco cuidado, como la que nos pasábamos entre los banco mientras la seño repasaba en el pizarrón, graves, agudas y esdrújulas. ¡Qué le habrían querido contar a él, que nos contó tantas cosas!


Ahí callados con el sol tibio del atardecer en la nuca y Rayuela en la mochila, Juli rompió el silencio:- ¿𝑉𝑜𝑠 𝑛𝑜 𝑡𝑒 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏𝑖𝑠𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑢𝑛 𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑑𝑒 é𝑙? Y tal como si la última ficha del rompecabezas hubiese encastrado y yo, visto la imagen por primera vez, lo recordé: Hace exactamente 20 años articulé Etica y Derechos Humanos con su cuento ‘La salud de los enfermos’. Allá por 2002, el profe me felicitó por mi análisis, me regaló un 8 y tiró un centro diciendo ‘Bienvenida, colega’. La mente hizo un Buenos Aires - París sin escalas.


Ay Julio, supe que andaba sin buscarte pero sabiendo que andaba para encontrarte. Gracias totales.




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