Son las 7am y llueve. Otra vez.Me siento en el escritorio y leo. Esta semana me toca ir a USA, Corea, Dinamarca, Australia, Holanda, Argentina, China, Polonia, Grecia, Paraguay, Colombia y también me quedo por aquí en UK.
¿El boarding pass? Una agenda (analógica) escrita por todos lados.
¿Mi valijita? Un cuaderno y una lapicera, que a veces decide agotar su tinta en el momento menos apropiado.
¿Mis tours? Ver lo que sucede y forma parte de la vida de quien me cuenta su vida: una funda de almohadón colorida, la máquina de café profesional, un cuadro hecho especialmente, una bandera achinchada en la pared, la cabecera elegante de una cama solitaria, un mate que se cae y desparrama yerba, una biblioteca repleta de libros, una terraza o un auto lejos del murmullo familiar, un ramo de flores que cambia todas las semanas, un sillón individual que me lleva a pensar que el otro está tan cerca, un libro de poesías de un abuelo que forma parte del contenido de la sesión…
¿Qué conozco en mis viajes? Hijos, mascotas, empapelados divinos, paredes de color rabioso, tazas favoritas, gente sin maquillaje, peleas de fondo entre integrantes que no forman parte del encuentro, timbres con deliveries inoportunos. Eso ya no nos ocupa tiempo de nuestra charla, porque está ahí, porque veo y escucho 𝑎𝑜 𝑣𝑖𝑣𝑜 eso que para ellos es importante. Repasamos tareas, memes y links. Nos adentramos en sueños, dudas, angustia (mucha) malas y buenas noticias. Ya no puedo ofrecer caramelitos billiken ni carilinas. Qué ingratitud la mía, porque yo ofrezco menos pero ellos me dan más.
Son las 7.45am y ya no llueve. Por ahora. Me voy a pasear a Rustu antes de despegar.
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