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Orgullo y prejuicio

Siempre creí que había determinadas caraterísiticas muy nuestras, muy Argentinas. Y si bien las hay, el hecho de dejarnos definir por lo que otros dicen de nosotros, es una constante en todo el mundo.

No importa en qué punto del globo estemos y en qué idioma hablemos, es muy difícil escapar a la cosquilla de cómo nos definen los demás, en especial cuando es algo negativo. En Noruega, Kasajistán o Croacia hay alguien que no durmió por lo que su pareja, colega de trabajo o primera cita les dijeron y no les gustó escuchar. Se angustiaron los tres.

Por supuesto que todos nos sentimos juzgados algunas -o muchas- veces, pero… Attenti, cuando eso que pronuncia el otro nos sacude taaanto, superemos ese momento del pelotazo que estalla el vidrio y repitamos en voz bajita esa idea que nos dolió, porque algo se esconde.

Démosle vueltas a las palabras y cuando se encuentren con lo que sentimos, justo allí, en la palpitación que genera aquello que nos irrita, veremos que esa voz primero viene de nosotros mismos, de pensarnos exactamente así como lo dijo una boca ajena.

En la desolada playa de la autoestima debilitada, esa ola de palabras nos encuentra mal parados y nos derriba. Las expectativas externas pueden ser muy exigentes y no queremos desilusionarlas, pero negando nuestros colores más oscuros nos jugamos en contra.

Promediando mi domingo me digo 𝑛𝑜 𝑡𝑒𝑚𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑦 𝑎𝑐𝑒𝑝𝑡𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑛𝑒𝑠 𝑠𝑜𝑚𝑜𝑠, porque eso no se puede disimular y cuanto más adelante en la fila, mejor identificado para intentar cambiarlo.

Y todo, porque hoy en casa me tildaron de orgullosa.




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