Paseo a Rustu por el parque y encuentro en esa hora diaria permitida a un grupo de teens que juegan un picadito con una pelota naranja flúo que se destaca en el verde delicioso de esta época del año. De repente, alguien no llega a contener el pase y mientras escucho el rebote contra un árbol, uno de ellos suelta “Se ve que no sos ningún Maradona” en un inconfundible Escocés. Con esa simple frase viajo a mi niñez, a la cocina de casa un domingo por la tarde de 1986 mientras mi papá -que nunca fue muy fan del fútbol- gritaba y sacudía sus brazos al final de la mesa vestida de hule.
Esos chicos, que ni siquiera vieron a Maradona como jugador por si mismos sino a través de imágenes viejas, me guían a un rincón en mi mente donde encuentro detalles que ni siquiera recordaba recordar. Si, lo inconsciente tiene un papel fundamental para concebir los procesos de memoria. En palabras de Freud, esas huellas mnémicas trascienden a la memoria como la capacidad de retener y evocar un evento tal y como fue vivido, así que lo que aquí les cuento es un reprocesamiento de ese recuerdo. Los seres humanos somos influídos por los elementos de nuestro pasado y éstos son traducidos cuando llegan al escenario de lo consciente. En otras palabras, lo que hemos vivido es siempre presente y aunque retroactivamente, siempre necesita ser elaborado al momento de actualizarlo y contarlo -o callarlo.
Claramente mis compañeritos de parque hicieron uso de una memoria que en todo caso les es colectiva y familiar, no propia. Y yo, relato una foto que a mis 41 años, está teñida de una emoción que me es propia pero resignificada, porque mis 8 han quedado lejos. Y mi papá también

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