Camino por el sendero hacia el centro de la ciudad y Spotify me despierta del monótono verde, de las bicis y canoas con los acordes de un órgano que conozco. En breve, se arma el resto de la canción: nada se compara a ti.
Como un rayo, viajo a ese sábado en que mi papá me trajo el 𝑐𝑎𝑠𝑠𝑒𝑡𝑡𝑒 (si) - la culpa de ausentarse los sábados por la tarde para jugar al billar hacía más fácil pedirle cosas porque yo también sentía menos culpa al hacerlo.
Vuelo a 1990, al sufrir de la cantante (Sinéad), a mi convicción de saber lo que ella decía a mis 12 años. Tres notas hicieron falta para escuchar los ruidos de las teclas del JVC plateado en el living, rebobinado y buscando el silencio justo que anticipaba el espacio entre una canción y la otra.
Desprevenida del poder de mi propia memoria emotiva, en un chasquido todo vuelve a estar ahí.… Y entonces me nutro de ese momento, bajo mil cambios, me detengo a pensar en cámara lenta como desarmando el ultimo Ferrero Rocher de la caja (si te gusta, claro) y me pongo contenta. Ese fue mi ejercicio de 𝑎𝑞𝑢í 𝑦 𝑎𝘩𝑜𝑟𝑎 del que tanto se habla. Del que hablo, claro, soy psicóloga. Mindfulness.
Y la escuché otra vez. Sin rebobinar. Qué moderna.
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