En consonancia con lo que el imaginario colectivo sostiene, escucho a mis pacientes hablar de sus madres en algún punto del proceso terapéutico. Puede ser a cada sesión, o casi en ninguna sesión, o inclusive puede ser conversando con ellas directamente como parte de encuentros vinculares. Las más de las veces, poco tiene que ver la madre descripta con la persona que se presenta en el espacio. 𝐶’𝑒𝑠𝑡 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑒.
Envasada en esta maravillosa profesión, mi función se balancea entre escuchar, acompañar y también evaluar si es momento de próximos pasos. ¿Cuáles? Fortalecer un poquito más para un reencuentro, empatizar con el dolor de una ausencia a temprana edad, sugerir que la supuesta alevosía puede ser tan solo repetición de lo que esas madres han vivido previamente, sin deliberadas intenciones de causar el daño que esos relatos vienen a contarme y buscar confirmar.
La idea es habitualmente tratar de barajar y dar de nuevo pero en última instancia, en la quietud del silencio que acompaña el sollozo de una crónica que se interrumpe, me embarco en proponer esperar pacientemente hasta que sea el momento de cruzar la orilla, abrirse y hablar. Es el tiempo de cada inconsciente.
Hay tantas madres como hijos en este mundo. Cuatro hermanos de un mismo nucleo familiar pueden hablar de cuatro madres diferentes, y ninguno falta a la verdad porque es la suya. Es el binomio de un rol materno y un hijo que se conformó en ese momento y no en otro, ni dos años antes ni seis años después con hermanos con otros nombres, otras necesidades, otras condiciones.
En disonancia con lo que el imaginario colectivo exige, escucho a madres cuestionarse y hasta arrepentirse momentáneamente de la decisión de su maternidad o de la interrupción de ella, las escucho luchar por no perder su individualidad sumergidas en la tarea de hacer las cosas ‘bien’ y dar ‘todo’ a y por sus hijos. Y juntas alivianamos esas ideas 𝑡𝑒𝑟𝑟𝑖𝑏𝑙𝑒𝑠 que no tienen dónde ser dichas porque temen a la condena social.
Madres e hijos sobrellevamos nuestras historias de madres e hijos como podemos, con momentos tensos, con abrazos que reconstruyen y también con diferencias -a veces- irreconciliables.
Sin embargo, en la medida en que podamos seguir eligiendo qué queremos, hay esperanzas. De sanar, de volver, de permanecer, de reír y de mirar para adelante, siempre.

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