Tamara invadió sus estoicas estructuras ucranianas desde una ciudad neutral española y comenzó con terapia en 2021.
Escueta en las respuestas durante los encuentros, espero en silencio que desarrolle su arsenal emocional mientras miro su cabello lacio y sus facciones, que son tan rígidas como perfectas. Desde la primera sesión hablamos de su fortaleza emigrando durante su juventud, desafiando fronteras y arriesgando futuros. Y ha llorado incómoda, manifestando que no le gusta que la vean débil.
Al regreso de sus vacaciones en enero, nos concentramos en ese perfeccionismo de su mundo interior, esa autoexigencia que gatilla mucha ansiedad por terminar eficaz y eficientemente un proyecto que la podría consagrar, pero que no respeta de horarios ni fines de semana.
Así fue que canceló la última cita acordada porque le surgió una reunión de trabajo urgente.
A los pocos días, Rusia tenía otros planes y decidió recategorizar a 𝑡𝑟𝑖𝑣𝑖𝑎𝑙𝑒𝑠 los problemas de Tamara hasta entonces, tal como ella los definió en nuestro chat ante mi mensaje de aliento.
Ella vuelve a llorar, pero esperanzada de que la postal de año nuevo que compartió de vacaciones con su familia en Ucrania prevalezca por sobre la de los tanques de guerra que sus padres ven pasar a través de la ventana.
Resulta que 𝑖𝑛𝑣𝑎𝑑𝑖𝑟, 𝑑é𝑏𝑖𝑙, 𝑎𝑟𝑠𝑒𝑛𝑎𝑙, 𝑔𝑎𝑡𝑖𝑙𝑙𝑎𝑟, 𝑓𝑢𝑡𝑢𝑟𝑜 𝑦 𝑢𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑒 tienen ahora otro significado. Sin embargo, ella ratifica su estoica estructura ucraniana -y la de un pueblo entero- con un incuestionable 𝑆𝑜𝑚𝑜𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒𝑠 que nos despide en el chat.
Desde el vergonzoso comfort de mi casa yo sólo hago una donación a la Cruz Roja y espero a que Tamara quiera reaparecer en mi agenda.
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