Fer se pregunta cómo será su traslado laboral de Londres a Arabia Saudita; Ana, poder anunciar a sus padres que deja medicina para ser esteticista; María, separarse de una vez por todas; Lautaro, hablar seriamente con ella de la necesidad de que incremente sus ingresos porque así no alcanza; Solange, evitar eventos sociales que involucren alcohol para que aún no descubran su embarazo.
Todos estamos con un diálogo en bucle en mente – o varios- que nos mantiene entre quienes somos hoy y quienes seremos luego de poder ejecutarlo. La mente humana es una máquina de multiplicar realidades virtuales y eso demanda más producción -y energía- que la realidad material. Ser una especie capaz de pensar en el futuro y sus innumerables opciones nos clasifica como evolucionados pero ¡Qué cansancio!
La realidad real es mucho menos glamorosa: Escribir y borrar el mensaje mil veces, eliminar el audio porque se escuchan los nervios en la voz, tomar aire para empezar a hablarlo pero al final cambiar el tema. Tradicionalmente la psicología se asociaba más al recuerdo, al pasado. En el trabajo de hoy y con la velocidad de un presente que se deshace como copos de algodón, la memoria es actriz de reparto y la prota, la ansiedad por lo que todavía no sucede. Tenemos el privilegio de ser los únicos animales capaces de ver el futuro a largo plazo, aunque predecimos persistentemente cosas que no sucedes y suceden otras que no contemplamos.
Debemos aclararnos y no confundir lo que anticipamos y sentimos, con hechos. Al final de cuentas, genera más ansiedad el replay y procrastinación de los diálogos que todavía no pronunciamos que liberar las palabras en el universo real, el que es 𝑐𝑜𝑛 el otro y no dentro de nuestra cabeza.
Qué estaría futuropensando mi yo joven, no lo sé. Pero en Edimburgo, seguro que no.

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