El sábado sentada en la tribuna veía perder a los Pumas apabullantemente contra Escocia. Algunas filas más atrás en diagonal a mi, escuché a alguien hablar por encima del murmullo general en un partido a punto de finalizar. Al girar, un joven escocés con una pinta de Guiness en cada mano gritaba burlón: ‘Chicos, para qué siguen luchando si el partido ya está por terminar ¡Van perdiendo 52 a 22, ya está!’ Y rió fuerte.
Obviamente se refería a Argentina y su imposibilidad de si quiera empatar. Algo de la escena me irritó mucho – digo, además de la derrota. Tuve ganas de decirle que él no entendía nada, que las cosas no eran así, o por lo menos no para algunos. Tuve que regular mi enojo para no pronunciarme - y autopreservarme también, puesto que estaba sola y sin ningún paisano albiceleste cerca que me apoyara.
Mi desacuerdo con el muchacho manos-de-Guiness era simple: considero que hay que seguir intentando todo lo que se pueda. Ningún alma puede decirnos cuándo es momento de claudicar. Hay un tiempo interno que pertenece a cada uno, y nadie tiene el reloj ajeno. El ‘Andá y decile…’, ‘Convencele de…’, ‘No insistas más con…’, ‘Tenés que…’ solo resuena en nosotros si es nuestro momento de hacerlo.
Mientras ese instante no nos llega, intentemos. La tristeza, la alegría histérica, el deslumbramiento, el desamor, el insomnio… lo que vivamos continuará hasta que se suene la hora de aceptar y buscar alternativas a lo que nos duele.Y así, justo antes del silbato, los Pumas metieron el try de la perseverancia. Celebré igual :).
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