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El Kohinoor

Cuando estás 𝑎𝑓𝑢𝑒𝑟𝑎, recibir visitas queridas desde Argentina refresca quien sos: conecta el vos mismo que dejaste allá (¿𝑎𝑑𝑒𝑛𝑡𝑟𝑜?) con quien te transformaste aquí, en 𝑛𝑜-𝐴𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑖𝑛𝑎. Todos los que nos fuimos vivimos en ese mismo punto geográfico.


El visitante de larga estancia llega con Don Satur y Jackelines en la maleta, con nombres de calles, lugares, companías y maneras de vivir que reaparecen clariiitos ante los relatos ajenos, y que te centrifugan dentro de la vida que armaste. El mareo es inevitable.


Obvio que te colgás con la imaginación como brisa que te lleva a caminar por esos lados, viendo los edificios que no estaban cuando te fuiste, comparando automáticamente lo que pagabas por tu abono de celular antes y ahora, sacudiéndote entre el comfort y la incomodidad de las imágenes.


Pero entonces el visitante que te ve perdido en el laberinto de tu vos mismo 𝑟𝑒𝑡𝑟𝑜, te conduce a tu actualidad y pregunta cosas de acá que ya tenés naturalizadas: te encontrás explicando procesos del día a día, sugiriendo maneras de ahorrar y organizando escapadas cortas mientras seguís con tu rutina pensando que, al final, sos un poco de ambos lados. Como para completer la dulce melanco, la asociación (no tan) libre le pone play a Fito en tu cabeza con una canción que hace lustros no repasabas:


𝘈𝘭𝘨𝘰 𝘥𝘦 𝘷𝘰𝘴 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘢 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘮í,

𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘱𝘪𝘣𝘦 𝘵𝘶𝘷𝘦 𝘶𝘯 𝘫𝘢𝘳𝘥í𝘯

𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘮𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱é 𝘩𝘢𝘤𝘪𝘢 𝘰𝘵𝘳𝘢 𝘤𝘪𝘶𝘥𝘢𝘥 𝘺 𝘯𝘰 𝘴𝘪𝘳𝘷𝘪ó 𝘥𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢,

𝘗𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘺𝘰 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳,

𝘠 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘢 𝘱𝘪𝘦𝘭 𝘺 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘢 𝘤𝘦𝘳𝘦𝘮𝘰𝘯𝘪𝘢


Nuestra cabeza es hermosa.




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