¡El gato con botas tiene miedo! Si, en la segunda peli de la saga. El protagonista en cuestión teme y decide retirarse de sus aventuras habituales, se jubila de su ego, no quiere riesgos, ni gloria, ni red social. Como no quiere perderse a si mismo, 𝑟𝑒𝑠𝑢𝑒𝑙𝑣𝑒 sumergiéndose en una soledad barbuda. Pero paradójicamente pierde todo lo demás, ya que solo está dispuesto a escapar de lo que siente y para eso, es indispensable aislarse.
Entonces resulta que eso se transforma en su mayor problema. El gato se despoja de sus investiduras, se deprime y se anula. Cuanto más intenta convencerse de que no hay miedo en su interior, más alerta está al exterior y todo se transforma en una amenaza. El lobo feroz del pánico está ahí afuera por lo que Gato no juega en el bosque, ni en nigún otro lado. Atemorizado mata lúdico.
Todos tenemos un poco del Gato con Botas. Nuestros miedos conforman el lobo que maneja la sortija, así que si pretendemos permanecer en la calesita de la vida, en algún momento debemos enfrentarlo y engancharla con la puntita de los dedos… de lo contrario, renunciamos a lo más esencial que tenemos: el deseo de una vuelta más.
¿Lobo estás?
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