𝑆𝑒 𝑎𝑐𝑒𝑟𝑐𝑎 𝑙𝑎 𝑓𝑒𝑐𝘩𝑎. 𝐻𝑎𝑦 𝑞𝑢𝑒 𝑟𝑒𝑠𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟: 𝑠𝑖𝑔𝑜, 𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑔𝑜. 𝐴𝑟𝑟𝑖𝑒𝑠𝑔𝑜 𝑜 𝑚𝑒 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑜𝑦. 𝑀𝑒 𝑣𝑜𝑦, 𝑚𝑒 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑜. 𝐷𝑖𝑔𝑜 𝑙𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑠𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑠𝑜𝑛 𝑜 𝑐𝑎𝑙𝑙𝑜 𝑦 𝑠𝑜𝑛𝑟í𝑜. 𝑁𝑜 𝑠𝑒. 𝑃𝑒𝑟𝑜 𝑎 𝑙𝑎 𝑓𝑒𝑐𝘩𝑎 𝑛𝑜 𝑙𝑎 𝑚𝑜𝑑𝑖𝑓𝑖𝑐𝑎 𝑛𝑎𝑑𝑖𝑒, 𝑦 𝑠𝑒 𝑎𝑐𝑒𝑟𝑐𝑎. 𝑆𝑒 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑐𝑒 𝑢𝑛 𝑛𝑢𝑑𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑡ó𝑚𝑎𝑔𝑜. 𝑁𝑜 𝑑𝑢𝑒𝑟𝑚𝑜 𝑏𝑖𝑒𝑛. 𝑁𝑜 𝑐𝑜𝑚𝑜. 𝑁𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑐𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑟𝑚𝑒.
Las dicotomías rigen nuestras vidas, y siempre nos encontramos con un punto de inicio y otro punto de llegada (o de inicio nuevamente) que transitamos en un bosquejo de tumbos y dudas, convencidos de que hicimos bien, angustiados porque hicimos mal. En todo ese camino de incertidumbre, anestesia, alegría extrema, llanto desconsolado, la pregunta como marca de agua, inevitable, es: ¿Estoy haciendo lo mejor para mí? ¿No me voy a arrepentir? ¿Y si después…? ¡Qué difícil no equivocarse!
A todos nos paraliza la posibilidad del error. Y una vez que esa fecha llega y damos el pasito de decidir, la ansiedad una vez más presentísima, repiquetea y nos responsabiliza si tomamos el rumbo incorrecto, nos obliga a ensayar lo que tendríamos que haber dicho, hecho, pensado, anticipado. Pero para qué, si ya está. Y en realidad, nada es error a secas. El error también es combustible, es apertura, es liberar pantallas del jueguito, es tener la calle de las emociones más transitada y saber más de uno mismo: De lo que queremos, de lo que nos hizo mal, de lograr no repetirlo.
Si hay reflexión verdadera y no buscás sólo escapar de lo incómodo de haber pifiado feo, vas a haber crecido un montonazo.
«𝐸𝑥𝑖𝑠𝑡𝑒 𝑎𝑙 𝑚𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑢𝑛 𝑟𝑖𝑛𝑐ó𝑛 𝑑𝑒𝑙 𝑢𝑛𝑖𝑣𝑒𝑟𝑠𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑜𝑑𝑎 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑟𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟𝑎𝑟, 𝑦 𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑡ú 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑜» 𝐴. 𝐻𝑢𝑥𝑙𝑒𝑦

Comments