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El arco del triunfo

Y en medio de la sesión ella soltó: ‘Me enamoré de la pandemia, debo tener el síndrome de Estocolmo’.  Quedé repasando sus palabras en silencio mientras la sesión transcurría y Marta se reía de ella misma, lloraba, y también me preguntaba cosas personales – siempre lo hace 😊 La jornada culminó y al redondear las notas que tomo durante los encuentros Marta se me presentificó otra vez repitiendo 𝘓𝘈 frase. Junto con ella, aparecieron en mi cabeza otras historias en donde el encierro había facilitado otros procesos: recuperarse de una intervención severa, embarazos transcurridos en el comfort del hogar, reformas en las casas, desarrollo de ideas largamente estancadas por el ritmo frenético de la normalidad. La anomalía de los sucesos, por tristes que fueran, les había permitido crecer. No se enojen, no estoy haciendo apología aquí, sino que comparto con ustedes uno de los tantos 𝘭𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘉 de la nube negra que nos llovió a todos en la cabeza desde 2020. En estos muchos meses hay gente que efectivamente se ha sentido protegida por la obligación de quedarse en casa. Desde la imposibilidad de hacer cosas impuesta exteriormente, se refugió en proceder con lo que se habían postergado interiormente hacía tiempo. Señal de que el deseo nunca se cansa de insistir, solo hay que saber escucharlo. Ese deseo pujó tanto que encontró un ‘justificativo’ social para colarse. La avanzada cabeza de algunos buscó la vuelta a la nube, y rastreó el arco iris. Aunque la refracción de los siete colores a veces sucede y otras no, y es sin principio ni final porque el arco iris es en definitiva, un círculo. 𝘑𝘶𝘴𝘵 como la vida. Si encontraste tu arco iris después de este diluvio, guardate la sensación, es material adquirido. Si aún no… no te atrevas a dejar de mirar al cielo.




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