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El abrazo partido

La virtualidad en espacio de consultorio tiene mala prensa y tuve que venir bien lejos para comprabar(me) que quizás no era tan así.

A ellos los veo sonreír, reir a caracajadas, llorar, mirar para el costado cuando buscan la taza…y esa casi-hora es nuestro espacio, nuestro cono del silencio, o al menos yo lo siento así.

¿𝐹𝑎𝑙𝑡𝑎 algo? Si, pero la voz de cada uno de ellos me transporta, me fascina porque se escucha mejor, cada ruidito que el micrófono del auricular potencia es maravilloso: es un chasquido, o un pensamiento raspado y ahogado por la angustia o una palabra que ni siquiera llegó a nacer pero que sigue diciendo, aún cuando callan. Probablemente en el consultorio me lo hubiese perdido, y aunque alguna vez se corta el sonido, lo importante no se pierde nunca, casi como una Ley de Murphy bueno.

La duda de la novedad de nuestros tiempos se traduce en historias muy tristes, dilemas, inesperados descubrimientos, nuevos proyectos y yo… me encuentro del otro lado, como testigo fortuito del diálogo que tienen con ellos mismos, de las conclusiones a las que arriban cuando repiten lo que acaban de decir, o se preguntan, o se dan cuenta vaya a saber de qué, pero sus ojos así lo brillan y yo celebro con ellos en mi cuaderno cuando tomo las notas de los secretos que me han compartido al terminar nuestra sesión.

En el living, los relojes con diferentes husos horarios me ayudan a calcular turnos y momentos importantes de esas historias que anticipaban eventos. Y los pienso, y también me equivoco con las citas

Al comenzar el encuentro en persona siempre éramos todos muy cordiales, pero al terminar… muchas veces había un abrazo que cerraba ese trabajo demoledor e inequívoco de haber dejado el alma en la cancha. 𝐸𝑠𝑜, 𝑓𝑎𝑙𝑡𝑎.





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