El sábado asistí a una jornada sobre diversidad sexual. Además de haber escuchado acerca de diferentes dispositivos puestos en marcha para el despertar de la consciencia de una cultura rígida que necesita florecer en terrenos pocamente caminados, se desafiaron las maneras de nombrar cosas y palabras, hondamente caladas en el discurso colectivo.
¿De verdad aún creemos que la 𝑛𝑜𝑟𝑚𝑎𝑙𝑖𝑑𝑎𝑑 es lo que hacemos todos? ¿Que son las categorías hegemónicas las que regulan todo lo que está 𝑏𝑖𝑒𝑛? Démonos la posibilidad de dudar acerca de nuestras elecciones, de no saber, de explorar el campo sin hipótesis de trabajo. Demos la oportunidad al niño a que elija de la caja de juguetes lo que quiera usar, sin sanción; al joven, la capacidad de dudar hasta que se encuentre listo -o seguir dudando- y al adulto, para que finalmente pueda cuestionarse lo que nunca le permitieron.
Lo binario es lo que se nos inculcó, la idea reinante que dejaba en las sombras lo que no se ajustaba a ello.
Argentina empieza -y continúa- acomodándose al quiebre de binarismos instaurados, y aunque todavía flota en el aire el engañoso concepto de lo que significa normalidad, de a poco empezamos a ampliar la mirada.
En términos de sexualidades, binario es una 𝑖𝑙𝑢𝑠𝑖ó𝑛. Y yo te deseo que nadie te obligue a vivir de ella.
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