Se están hundiendo dos botes y solo podés salvar a uno de ellos. En un bote hay una persona y en el otro, un perro. ¿Cuál salvás?
Mientras pensás en eso, Imaginate esta situación: Saco a pasear a Rustu por un parque que la emociona porque queda más alejado y tiene una bonita colina. Al bajarla ambas muy animadamente, yo corro, ella interpreta que juego con ella y me sobrepasa corriendo con sus 21 kgs. La inercia hace que al llegar al tope de su correa, hago el avioncito de Rambert y caigo desparramada soltando la correa por los aires y la perrita, free. Ella gira su cabeza y a pesar de verse libre vuelve a mi, se sienta a mi lado y me da de besos hasta que me incorporo y me río sin parar. Rustu siempre me rescata.
En un estudio de la 𝑃𝑠𝑦𝑐𝘩𝑜𝑙𝑜𝑔𝑖𝑐𝑎𝑙 𝑆𝑐𝑖𝑒𝑛𝑐𝑒, se le hizo esta pregunta a 207 niños y a 222 adultos. El 35% de los niños decidió salvar al humano, 28% el perrito y 37% no pudo decidir. En la respuestas de los adultos, el 85% eligió salvar al humano, solo el 8% quiso salvar al animalito y 7% no pudo tomar una decisión.
La pregunta que queda flotando es ¿Por qué los adultos tienen una inclinación por los seres humanos mucho más marcada que los niños? De acuerdo al estudio en cuestión, una posible explicación puede ser que este sentido de identificación con la propia especie se aprende en la niñez tardía y/o adolescencia. La noción – o deberíamos decir ideología- de que los humanos somos moralmente especiales y merecemos ser priorizados por sobre los animales pareciera no ser innato sino aprendido.
Intriga total: ¿Qué hubieran respondido los perros?
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