Imaginate que salís a comprar facturas y en el camino ves a tu mejor amiga. Ella mira en tu dirección, la saludás y sin contestarte se sube al auto y arranca. ¿Qué pensarías?
Si algo bueno te sucedió en el día, probablemente creerás que no te vio, le mandarás un mensaje y fin de la escena. Pero si te sentís particularmente afectado por algo, la danza de las ideas en tu cabeza hará otra coreografía, con significados y conclusiones diferentes.
Nuestra mente siempre está en busca de dar sentido a lo que vivimos día a día. Y ese sentido es otorgado a través de experiencias pasadas y el estado de ánimo en el momento de la escena. Se busca acomodar la información para que 𝑒𝑛𝑐𝑎𝑗𝑒 en algo lógico (?), así que tomamos materia prima de experiencias anteriores y extapolamos lo que sucedió, pensamos e hicimos en esas oportunidades al ‘ahora’. Está bien, así vamos por la vida.
El probemilla se genera cuando esa danza de ideas llega a su cristalización en la interpretación. Si interpreté que mi amiga no quiso saludarme, raramente voy a volver a los datos concretos de la realidad y considerar alternativas - no me vio, estaba distraída, la cegaba el sol. 𝑊𝘩𝑜 𝑘𝑛𝑜𝑤𝑠...
Coquetear con la irreversibilidad de los hechos de mi mundo es un patrón tóxico para mi cerebro y quedo atrapada en el pasado, en lo que salió mal. Esa idea de mi amiga negándome el saludo se siente real y permanente, pero en realidad es temporaria en la medida que podamos escapar de la trampa de la sobregeneralización y que esa danza en la cabeza abra posibilidades más que sacar conclusiones.
En mi ejercicio, seguramente ni siquiera era mi amiga, porque cada vez veo menos
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