En una escapada a Aberdeen que hice con mi sobrina bonita estos días, me propuse el ¿desafío? de sumarme a su consciencia de derechos así que me plegué a no comer carne durante el tiempo que compartimos juntas. Si nos detenemos a pensar un poquito, nos daremos cuenta que pocos tópicos estimulan una actitud defensiva tal como lo hace hablar de la dieta y hábitos de nutrición que tenemos, o que tememos que nos digan que debemos implementar, justamente por no estar conformes con lo que venimos haciendo en esa materia. En la actualidad estamos bombardeados de información acerca del aporte que la comida hace a nuestro buen funcionamiento y cómo las elecciones de nuestra alimentación afectan a nuestro cuerpo y nuestra mente. Sin embargo y al igual que en otros ámbitos de nuestra vida, hay decisiones que tardamos en tomar porque no estamos plenamente inmersos en la empresa que nos proponemos.
En mi caso, me encantaría no colaborar con el maltrato animal para que yo coma algo que a mi me guste, pero se que no puedo dar ese paso, me resulta demasiado definitivo como para disolver un comportamiento muy arraigado en mí, aún. En otros casos, habrá personas que saben que la relación debe terminar, o que la carrera elegida no les gusta, o que el empleo ha cumplido su ciclo, pero les cuesta tomar la iniciativa que cambie sus vidas un poquito para siempre. En cuanto a lo que puede llevarnos a decantarnos por el vegetarianismo, ésto puede tener diferentes implicancias y razones: de salud, espirituales, ambientales, financieras o globales. Cada uno con sus circunstancias. Mi vecina de las lechugas es vegetariana, pero cuando la invitamos a la parrillada de los domingos, el salmoncito conforma su plato principal. ¿Será que las licencias en la dieta son el camino para que uno se anime?
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