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10 años después, mejor reír que llorar

Al salir del vacunatorio nos encontramos junto al canal que nos traería de vuelta en una caminata de primavera - hacía un año y 3 meses que no escuchaba su ironía escocesa.

Mi amigo se burla de él y de mi. A veces su acento bien cerrado me quita velocidad de reacción a la hora de devolverle las gentilezas, pero me las arreglo, y así fluye nuestro discurrir.

A paso firme ilustramos al otro en las nuevas rutinas post-Covid (PC) mientras esquivamos bicicletas, nos detenemos a contemplar baby patitos chapoteando y un cisne fuera del agua que nos observa decidido al pasarle cerquita. Dentro de esas novatas actividades de 2020 hablamos de gastos que actualmente hacemos y concluímos innecesarios, pequeños lujos adquiridos por estar imposibilitados de invertir en otros caprichos. Por ejemplo, nueva rutina 1: no poder viajar por placer – enfrentamos con desilusión y sentido común el hecho de que pasarán un par de años hasta que podamos hacerlo como acostumbrábamos; nueva rutina 2, no poder ir de shopping: deprivados de lo mundano de ir a los negocios nos hizo ser más precisos y exigentes a la hora de elegir la la indumentaria adquirida via online.

Al llegar a la puerta del supermercado, la despedida se hizo al compás de un bailecito robotorpe: que te doy un beso, ah cierto que ustedes eso no, que te doy la mano, mejor choque los cinco en el aire y te saludo de lejos. Nueva rutina 3.

Horas más tarde me siento a leer al sol. Es maravilloso cómo nuestra atención selectiva nos orienta a encontrar lo que buscamos: un reporte de la academia Británica sugiere que el impacto social, cultural y económico del Covid-19 persistirá por al menos una década. Si, diez añazos. Según el informe deberemos crear nuevas normas dentro de los próximos 2-5 años que nos permitan adaptarnos, estabilizarnos y aceptar que recuperar lo que éramos y teníamos, ya 𝑛𝑜 es posible.

La propuesta es vivir con la incertidumbre de coexistir con el Covid y desde allí construír un futuro más certero. 𝑅𝑒𝑐𝑢𝑝𝑒𝑟𝑎𝑟𝑛𝑜𝑠 implica la aceptación de este desafío pandémico, sabiendo que llegó para quedarse pero que no nos arrincona y que podemos reciclar las reglas para un nuevo futuro y sano equilibrio entre bienestar, comunidad y trabajo.

Las nuevas rutinas ya no son un 𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑡𝑎𝑛𝑡𝑜, sino un 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 que debemos digerir e incorporar en el entramado de nuestras vidas.

Ojalá no transcurra una década hasta poder enseñarle a mi amigo escocés la latinidad de un abrazo de gol.



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